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Oppenheimer: el superhéroe fallido

#Barbenheimer #Nolan #Prometeo #Casandra #Mitología

Por José Damián de la Cruz

Tras el descalabro financiero de Tenet, Christopher Nolan decide volver a las marquesinas con la historia del físico que lideró la construcción de la bomba atómica en Oppenheimer, un relato que ya desde su título resulta transparente y directo, pues lejos de atestiguar las implicaciones que el artefacto mortífero supuso para el mundo, el británico elige mostrarnos más bien, las implicaciones psíquicas y “proféticas” que rodean a la controvertida figura de J. Robert Oppenheimer.



Y es que, aun cuando el texto epigráfico del inicio nos anuncia que Oppenheimer es un Prometeo americano (una afirmación que más tarde es reforzada desde la voz sapiente de Niels Bohr, y por el evidente paralelismo entre la figura mitológica castigada por otorgar el fuego de los dioses a la humanidad), la premisa bajo la que la inusual biopic de Nolan parece regirse, se configura de hecho sobre otra posibilidad mitológica: la del don de Casandra.

En términos generales, el mito nos relata que Casandra se vuelve amante de Apolo a cambio de que este le conceda el don de la profecía, pero, cuando ella decide no cumplir con el pacto, Apolo la maldice para que aun cuando sus predicciones sean acertadas, nadie más le crea. Casandra se convierte así, en una suerte de parias cuyo tormento es saber que puede impedir destinos fatídicos (como más tarde sería el asedio de Troya), pero condenada a no poder hacer nada debido a su maldición.

Desde luego, la afirmación propuesta puede resultar descabellada, sobre todo por los deícticos semióticos/paratextuales antes mencionados, pero si tomamos en consideración, primeramente la escena de apertura de Oppenheimer, podemos apuntalar un primer atisbo de esta arriesgada propuesta: pues cuando el filme inicia, nos encontramos dentro de un flashback breve pero definitivo de la vida del físico, en el que no sólo vemos su juventud temeraria frente a la autoridad académica, sino los continuos signos prolépticos que nos anuncian su inminente destino.

Así, en esta sección, titulada “Fisión”, el joven Oppenheimer decide envenenar una manzana, al más puro estilo de Blanca nieves, como pequeña venganza contra un profesor que a sus ojos, no es capaz de comprenderlo: si bien la acción puede considerarse como mínima o intrascendente, nos plantea un primer cuestionamiento sobre en dónde radica la moral del personaje. ¿Es Oppenheimer capaz de asesinar a conciencia? Un cuestionamiento que de hecho, nos haremos más tarde, cuando él mismo parezca hacerse consciente de su situación como “creador del arma que acabará con todas las guerras”.

Sin embargo, y aun si la manzana villanesca no cumple su propósito dentro de la diégesis (pues en última instancia, Oppenheimer es invadido por el arrepentimiento, la culpa temprana), a continuación, Niels Bohr abre la puerta a un mundo que, como él mismo dice, no todos son capaces de ver: el filme pasa en este momento de focalizar la aparente objetividad de su propuesta, a la subjetividad de su protagonista, mostrándonos el mundo de partículas, neutrones, estallidos y subatomicidad que él ve cuando ve la materia sólida de lo que nos rodea. Pero, más importante, nos muestra leves atisbos de la futura explosión que “cambiará el mundo para siempre”.


La experiencia temprana de Oppenheimer se forja así, como una suerte de profecía inevitable que no sólo nos anuncia lo que está por venir, sino que lo despoja de su humanidad como personaje histórico para convertirlo en una especie de superhéroe o anti-Mesías, un tratamiento similar al empleado por Baz Luhrman en Elvis, esa otrora biopic, donde el cantante pasa a convertirse de un modesto chico de barrio a un Superman que encuentra en el canto y la música su superpoder.

Oppenheimer, en este sentido, no parece querer definirse como una biopic histórico-referencialista (que tampoco tendría que serlo, pues para eso existen los documentales), sino como un relato a gran escala: Oppenheimer personaje es, desde esa configuración inicial a la que se ha aludido, un ser elevado y superlativo, capaz no sólo de ver el futuro (como lo hace más tarde, hacia la apoteósica escena final), sino de resultar irresistible para las mujeres, convocar multitudes a campos de la ciencia que nunca antes se habían explorado, aprender un idioma en unos pocos días, en resumen, un superhombre entre mortales.

Se insiste en esto, porque lo cierto es que, si bien Nolan ha buscado desafanarse constantemente del sello superheróico de su encumbrada trilogía de Batman, la realidad es que Oppenheimer, resulta ser, más que un estudio crítico sobre la figura del físico, una oda epopéyica enclavada sobre los mitos griegos, que ya de por sí, son el preludio indefectible al ascenso del superhéroe moderno. Así, consciente o inconscientemente, Nolan termina por moldear -y modelar- a Oppenheimer como un Batman o un Mesías cuestionable de la Historia.

Pues, aun cuando constantemente la diégesis nos recuerda los dones físicos y predictivos que Oppenheimer personaje posee, al llegar el momento climático de la prueba, el filme “parece” querer escindirse de dicha superheroicidad: en el cúmulo de elementos sígnicos que hacen del físico esta entidad no humana, superlativa, se cifra también otra clase de explosión, una de carácter interno, psíquico, incluso más fatídica que aquella que, acertadamente, nos es negada en pantalla.

Y es que la subversión de expectativa a la que Nolan recurre hacia el momento de la explosión (todos parecían querer ver un evento magnificente, descolocante, superlativo que, inesperadamente, “nunca llega”), parece obedecer a la construcción superheroica del personaje: es a partir de este punto que el filme pasa de ser un encumbramiento del superhéroe triunfante, al encumbramiento de un superhéroe fallido. Es a partir de entonces que Oppenheimer personaje comienza a adquirir ciertos rasgos que parecen querer ponerlo más en comunión con su parte humana que con su faceta superheroica (aun cuando no es así al final).


La explosión, como hemos dicho, transmuta en una de carácter interno: si antes ya hemos visto cómo luce el mundo subatómico desde los ojos de Oppenheimer, ahora nos toca ver cómo luce la culpa, el arrepentimiento y la conciencia de los actos. Oppenheimer personaje, como el Batman de Nolan o el Spider-Man de Raimi, comienza a ser consciente de la responsabilidad de sus acciones, de las consecuencias de ser un superhombre en un mundo donde los humanos son no sólo imperfectos, sino ambiciosos, traidores, vengativos y, sobre todo, destructivos.

Es entonces cuando las palabras admonitorias de Bohr, Kitty o Einstein comienzan a extenderse como ondas alrededor de Oppenheimer personaje: los pecados que ha cometido contra Jean Tatlock, contra Lewis Strauss y sobre todo contra Japón, cobran factura y lo asolan con visiones sobre lo que pudo ser o lo que será (de nuevo, desde los ojos subjetivos del superhéroe, vemos diversos escenarios: a Jean, siendo sometida por su comunismo marcado, o quizá no; a americanos recreando las atrocidades que ha dejado detrás el lanzamiento en Hiroshima y Nagasaki, o quizá no), siendo esta incertidumbre, esta no certeza el castigo prometeico, el castigo casandriano al que debe ajustarse para cumplir con el arco mitológico de su construcción como superhéroe.


Pues, lejos de humanizar a Oppenheimer asediando su mente, sus ojos y su espíritu (y por supuesto nuestra percepción refractada a través de todos ellos) con culpas y remordimientos, lo que Nolan hace (habría que ver con qué grado de conciencia) es completar la transformación del físico en superhéroe, acaso en dios: la cita histórica del texto sagrado hindú de Bhagavad-gita se convierte en el filme en un signo más de la superlatividad de aquél, pues al autodenominarse como “la Muerte, el destructor de mundos”, el Oppenheimer personaje se categoriza como algo sobrehumano, algo capaz de estar por encima de la vida, quizá incluso sin comprenderla a cabalidad.

En el viaje del héroe, Campbell nos habla de un mundo ordinario, un llamado a la aventura, de aliados, de mentores, enemigos y de pruebas difíciles como elementos que forjan la identidad del héroe. Las mismas que Batman, Spider-Man, o cualquiera de los superhéroes actuales transitan para llegar a definirse como los flamantes ejemplos de aspiración que todos aman. Un camino que, como se ha venido plantando, el propio Oppenheimer transita a lo largo de un filme que más que cuestionar a la figura histórica, parece querer reconfigurarle como símbolo de masas.

Oppenheimer, si bien guarda notables similitudes con Insomnia (pues ambos filmes nos hablan de hombres que cometieron “pecados” en nombre de un bien mayor, y que ahora deben vivir con culpas en su presente, torturados, cuestionándose sobre su moralidad), se aleja de aquélla al hacer del personaje histórico un no humano, un mártir que a nuestros ojos se torna en un superhéroe admirable, pero fallido. Un hombre que es engullido por sus propios logros y por la política corrupta y voluble de su tiempo, pero que sale más o menos ileso, acaso en esos últimos instantes, cuando finalmente vemos (siempre desde sus ojos subjetivos) las consecuencias a largo plazo (de nuevo profetizando, de nuevo siendo Casandra) del arma que lo definió como superhombre.



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